Sin ni siquiera haberse estrenado, la gran película española del año ya era ‘Sirat’. Con un premio en el Festival de Cannes y debidamente agasajada por los medios nacionales, el éxito en taquilla parece asegurado, como lo está también su presencia en los premios de la Academia. Pero más allá de estos constatables méritos, para el que les escribe, ‘Sirat’ está muy lejos de ser una gran película. Aunque su comienzo resulte prometedor —con una premisa de neo noir en un enclave exótico— como buen cineasta con vocación de autor, Oliver Laxe se regodea en la forma en un intento de inmersión fallido. La música es la protagonista absoluta de la escena, el “chumba chumba” de la rave lo acapara todo, incluso tapa las voces de los dos protagonistas que buscan desesperados entre la multitud a una chica desaparecida. Sin un ápice de tensión dramática y nada especialmente atractivo que admirar comienza una road movie, que bebe de ‘El salario del miedo’ y ‘Carga maldita’ a nivel argumental y de ‘La parada de los monstruos’ en la construcción de su elenco. Un mejunje con ecos también de Mad Max, que apunta al trascendentalismo, pero que se queda más próximo a un survival de manual falto de ritmo y suspense. Cuando el riesgo de dormirse parece próximo, Laxe busca el impacto, golpeando al espectador con tragedias varias, violentas e inesperadas, de un efectismo tan falto de sutileza que termina resultando risible. Cuidado, técnicamente está bien ejecutado, e incluso hay momentos en este recorrido con cierta atmósfera (el diseño de sonido y la fotografía lo logran por momentos), pero cuando uno llega al final y la nada es lo que recibe como respuesta, todo termina por colapsar. La interpretación de Sergi López tampoco ayuda, de hecho, agrava los problemas, con una interpretación fría y en exceso hierática que en los momentos de más dificultad emocional no está a la altura. Ni como experiencia sensorial, intelectual o simplemente de entretenimiento me funciona este ‘Sirat’.
